Me colé en tu realidad para interpretar otro idioma sin palabras, observaba a dónde dirigías la mirada, a qué dedicabas tu sonrisa y qué cogías entre tus manos.

A veces nos entendíamos bien, sobretodo aquel día que veíamos un imaginario, tu encontraste al elefante, lo veías con atención y no pasabas la página. Entonces corriste hacia mi, me abrazaste las piernas, tan pequeño que me llegabas sólo a las rodillas y empezaste a balancearme hacia los lados. Supe que estábamos interpretando cuando mamá elefante mece a Dumbo en su trompa, te canté la banda sonora de la escena de la película y me miraste complacido: hijo del corazón.

Aunque tu mundo y el nuestro son el mismo, la barrera de la comunicación lo separa en dos realidades. Ambas partes teníamos que llegar a un acuerdo, así que hicimos un pacto con imágenes.

Fue como poner palabras en tus manos y supiste usarlas de manera natural, demostrándonos al resto que había sido un acierto elegir ese puente de comunicación.

Ese puente nos ayudan a cruzarlo elefantes, que supimos que serían nuestros aliados porque tus manos se tensionaban, una y otra vez de la misma manera, llevando la emoción hasta la punta de sus dedos.

Mucho más tarde y con mucho trabajo llegaron sonidos y palabras. Aún no me lo creo cada vez que apareces y me dices "hola" o corres detrás de mi coche y escucho: "A- ioss E- é" (Adiós Esther).

Hasta el próximo día Héctor, qué emocionante ha sido romper contigo la barrera del silencio!

 **Esther Medraño es la autora de la fotografía y el texto de esta "Historia".