Un día, hablando con una amiga se me ocurrió la idea llevar a Héctor a Moaña en barco. Sabía que él con “a-gua” en movimiento disfrutaría un montón y por otra parte también podía servir de experiencia y aprendizaje para ambos.
Nada se puede dejar a la improvisación con Héctor, por eso la semana anterior hice la ruta yo sola para anticiparme a todo: sitio donde aparcar, billetes, tiempos de espera, distancias, ruta del barco, zonas de peligro…
Por otra parte, Esther nos pictografió la secuencia del día para poder anticipárselo y llevarla el jueves como guía de lo que iba a suceder.
La ida podemos decir que fue todo un éxito, con merienda a bordo incluida, pero siempre con esa tensión que supone hacer algo nuevo con él, sumado a lo temerario que puede llegar a ser por su inconsciencia del peligro.
En la vuelta, las cosas se complicaron un poco…primero porque Héctor a toda costa se quería cambiar al barco que quedaba en el puerto, que era bastante más cutre que el que nos había tocado, quizás porque él es más del “barco de Chanquete” que de “Titanic. Y segundo porque fue capaz de mantener a toda la tripulación en jaque, pendiente de su alto nivel de peligrosidad en el barco…
Todo esto supuso, como tantas otras veces, que tuviera que dar las explicaciones oportunas del porqué de ciertos comportamientos buscando la empatía del personal. Tras unos primeros momentos tensos consiguió ganarse la simpatía de la tropa, incluso al bajar en el Náutico todos se despedían con mucho cariño.
Resumiendo, aunque siempre supone un esfuerzo, me siento muy satisfecha con el resultado de esta experiencia, él aprende de las nuevas vivencias y nosotros también aprendemos cada día de él y con él.