¿Qué fue de mi amigo Héctor?
A lo largo de este curso muchas de mis reflexiones irán encaminadas a ponerse en mi piel, en nuestra piel a la hora de decidir que camino debemos de seguir en el paso a la secundaria.
Partimos de la base que la secundaria está diseñada para preparar al alumnado para el mundo laboral (la ABAU, estudios profesionales…) centrándose pues, la mayor parte de las veces, en los contenidos curriculares.
¿Dónde quedan entonces aquellos alumnos que sus aprendizajes distan enormemente del estándar?, y no hablo de aquellos que con un refuerzo académico o una adaptación curricular van más o menos siguiendo la trayectoria marcada, hablo de los que su aprendizaje sigue otras rutas que nos exigen un rediseño constante para llegar a ellos.
Esta pregunta busca mi respuesta, respuesta que como digo se irá perfilando a lo largo de este curso.
En esta línea y haciendo un repaso de situaciones maravillosas que se sucedieron este verano, fruto de nuestra convivencia en primaria en la escuela ordinaria, imagino hipotéticos pensamientos de los compañeros y compañeras de Héctor al llegar al instituto…
Algunos de esos compañeros podrían pensar…
¿Qué fue de mi amigo Héctor?, ¿en qué instituto estará?, ¿habrá coincidido con alguno de nuestros antiguos compañeros?
Y más aún, ¿Dónde están en los institutos los alumnos y alumnas que como Héctor entienden, sienten, funcionan y se comunican de una manera muy diferente a la que estamos acostumbrados?
¿Es que al llegar a la secundaria desaparece sus necesidades de estar como uno más y hacer de nuestro día a día una convivencia mucho más rica?
¿Qué fue de las tartas de chocolate y de los juegos de marcianos para aprender matemáticas?, ¿Qué fue de las de Disney para asimilar contenidos de historia, de las maquetas para aprender geografía, y de las actividades grupales para reforzar la convivencia y aprender a conocernos, a respetarnos? …
¿Ya no son tan importantes los recreos inventado historias dibujadas con tizas en el suelo?
¿En qué momento se pierde nuestro niño interior que acepta, que incluye y que no ve esas diferencias porque ha aprendido que la riqueza humana es así diversa por naturaleza?
Son demasiadas preguntas las que nos podríamos hacer, pero todo a su debido tiempo.
Por ahora quiero pensar que nuestra presencia, la de Héctor, lleva implícita la respuesta y por consiguiente la felicidad de mi hijo y de sus extraordinarios compañeros.